Consideraciones acerca del autismo desde la enseñanza de Jacques Lacan
Este artículo aborda el enfoque psicoanalítico del autismo infantil precoz, desde la orientación lacaniana.
La noción de autismo, en tanto síndrome específico, surge en la década de 1940 a partir de los trabajos de Leo Kanner en el servicio de psiquiatría infantil del Hospital Johns Hopkinsde Baltimore. La observación de once niños seguidos desde 1938 le permitió llevar a cabo la delimitación precisa del cuadro clínico en su célebre artículo de 1943 titulado Autistic disturbances of affective contact.
Sin embargo, el término "autismo" había sido acuñado mucho antes, y se puede decir que forma parte de la historia misma del movimiento psicoanalítico y de sus escisiones respecto de la ortodoxia freudiana. En efecto, dicho término fue introducido en la terminología psiquiátrica por Eugen Bleuler en su monografía de 1911 titulada Dementia Praecox oder Gruppe der Schizophrenien, para calificar la actitud hacia el mundo exterior en la esquizofrenia.
Eugen Bleuler, quien conocía el psicoanálisis de Freud a través de los trabajos de Carl Gustav Jung en la clínica psiquiátrica Burghölzli de Zúrich, aplicó las teorías freudianas a la observación de lo que Emil Kraepelin había llamado "dementia praecox", desarrollando así la concepción psicodinámica del síndrome, para el cual propone un nuevo nombre: la esquizofrenia.
El autismo se refiere a la actitud de retraimiento e indiferencia hacia el mundo exterior que se observa en la esquizofrenia. En una nota a pie de página de la monografía previamente citada, Bleuler precisa que el término "autismo" corresponde punto por punto a lo que Freud denomina "autoerotismo", pero que prefiere acuñar un nuevo término ya que considera que la dimensión erótica no basta para dar cuenta del retraimiento esquizofrénico. Como es sabido, Bleuler y Jung se separan de la ortodoxia freudiana a partir de las divergencias respecto de la teoría de la libido: sus concepciones no son compatibles con la predominancia que Freud atribuyó, desde siempre, a la esfera sexual en el determinismo de los trastornos anímicos. Esto es lo que se conoce como la "segunda disidencia" en el movimiento psicoanalítico, después que Alfred Adler operara la primera al renunciar a la Sociedad Psicoanalítica en 1911.
La noción de autismo surge entonces, podríamos decir, como un "autoerotismo sin Eros".
Podemos entender el autismo tomando como punto de partida la tesis freudiana según la cual toda psicología es colectiva. No hay psicología sino colectiva, por una razón fundamental, a saber, que la psicología que nos ocupa a nosotros es la psicología de los seres hablantes. Ser hablante es tener una relación al Otro. No hay sujeto sino en relación al Otro. Ahora bien, la psicosis en general puede ser entendida como una modalidad en la cual el sujeto se encuentra en ruptura con la relación social, relación fundada sobre el hecho de hablar, que implica que cada cual tiene una relación al Otro y que dicha relación es decisiva respecto de su posición subjetiva. La psicosis testimonia, en efecto, de una posición subjetiva caracterizada más bien por la soledad. De una cierta manera, podemos decir, en general, que el sujeto no está nunca solo. El sujeto es siempre sujeto en relación al Otro, el cual existe por el solo hecho de hablar. El hecho mismo de hablar implica que hay un Otro. Entonces, desde esta perspectiva, el autismo podría ser entendido como aquella posición subjetiva en la cual el sujeto está verdaderamente solo. Es así, de hecho, como algunos alumnos de Jacques Lacan —Rosine y Robert Lefort— han conceptualizado el autismo, a saber: el autista sería un sujeto para el cual no hay Otro, un sujeto que estaría radicalmente solo.
El autismo vendría a ser, de este modo, la manifestación clínica de la soledad absoluta.
Esta tesis ha de ser matizada, por supuesto. Da cuenta de ciertos casos de autismo tipo Kanner, o de algunas descripciones de Bruno Bettelheim, o de Frances Tustin, por ejemplo. Sin embargo, la clínica del autismo es más compleja y diversa, como dan cuenta, notablemente, los sujetos llamados "autistas de alto nivel", quienes testimonian de una manera singular de relación al Otro del lenguaje. Ahí, la cuestión se plantearía, más bien, en el registro del enunciado y la enunciación, como veremos más adelante, en el sentido de una carencia enunciativa, siguiendo los desarrollos de Jean-Claude Maleval.
De manera general, podemos decir que, en la orientación lacaniana, el autismo es concebido como una posición subjetiva, en relación con una elección del sujeto autista que pone en juego la « insondable decisión del ser », según la expresión de Jacques Lacan.
Ahora bien, una manera más específica de abordar la cuestión del autismo es refiriéndose a los desarrollos de Lacan en el Seminario XI sobre la alienación y la separación. La alienación da cuenta de la entrada en el lenguaje, la cual conlleva una cierta pérdida de autonomía e independencia del sujeto con respecto al Otro, al Otro en tanto tesoro del significante, es decir el conjunto de los S2. Es ésta una operación del sujeto del significante — $ —, o más precisamente, la producción, a través de la alienación, del sujeto del significante, el cual podrá entonces aislar un significante-amo que lo representa, lo que escribimos con el matema S1. Con respecto a la separación, se trata en esta operación de situar el significante del lado del Otro y de aislar algo que se deposita como resto, y que concierne al objeto. Lacan utiliza la expresión "extracción del objeto" para dar cuenta de la operación, a nivel del goce, que se produce a partir de la separación. Ahora bien, es justamente esta operación la que no se produce en la psicosis, o que resulta difícil de situar en los casos de psicosis: la extracción del objeto plus-de-goce.
Desde este punto de vista, el autismo podría ser entendido como una manifestación radical de la falla a nivel de la operación de separación. El sujeto autista estaría, en grado extremo, alienado al Otro, al punto que no habría separación alguna con respecto al Otro.
La tesis sobre la ausencia de separación pareciera confirmarse en la clínica del autismo: el sujeto autista se encuentra en una especie de banda de Möebius, en una cierta continuidad entre el sujeto y el Otro, cuyas manifestaciones clínicas se observan, por ejemplo, en el horror de ciertos autistas frente a los orificios y los agujeros, que implica la imposibilidad, o la dificultad mayor, de ir al baño al momento de la defecación. Otro ejemplo sería la angustia que suscita en el sujeto autista el hecho de ser mirado. En este sentido, el caso de Marie-Françoise da cuenta de las tentativas del sujeto autista por constituir una zona de borde entre el sujeto y el Otro. Cuando Rosine Lefort le habla, Marie-Françoise intenta introducir su dedo en la boca de la terapeuta, o bien comienza a interesarse en su mirada. Se trata entonces de una tentativa de bordear, de constituir una zona de borde entre el sujeto y el Otro, el cual comienza a separarse a través de la presencia del analista, que habla poco y se da ahí como un objeto. Entonces, el horror, o el interés —ambos son correlativos— del sujeto autista por los orificios y agujeros dan cuenta de la no-instauración de lo que Freud llamaba "zona erógena", a saber, una zona de borde entre el sujeto y el Otro.
Alienación y separación son operaciones correlativas, es decir una conlleva la otra, y es únicamente con fines heurísticos que las abordamos separadamente. Ahora bien, la separación es una operación que concierne al goce. En este sentido, me parece muy útil la distinción que propone Jacques-Alain Miller entre alienación y separación en lo que respecta al diagnóstico diferencial. En la neurosis y en la psicosis tenemos siempre la posición de alienación, de tal manera que resulta muy difícil distinguir ambas estructuras y orientarse en la clínica, ya que en ambos casos tenemos la relación del sujeto con el significante. Ahí donde la distinción se vuelve más clara es cuando interrogamos la posición del sujeto con respecto al goce, y ahí, efectivamente, es del lado de la separación que vamos a interrogar si hay extracción del objeto y producción de un significante-amo, es decir de un S1, trazo unario que representa al sujeto según la célebre fórmula de Lacan: un significante es aquello que representa a un sujeto ante otro significante. Esto, como sabemos, no ocurre en las psicosis, y podemos pensar que tampoco ocurre en el autismo, dando de ello testimonio, de manera paradigmática, el fenómeno clínico de la verborrea. En efecto, es un error pensar que los autistas no hablan. Lacan, en la célebre Conferencia de Ginebra sobre el síntoma, se refiere a ellos como « más bien verbosos ». Los sujetos descritos por Leo Kanner en su artículo princeps de 1943 no sólo hablaban, sino que hablaban mucho. Yo he conocido sujetos, por ejemplo, que pueden describir todas las líneas del metro de París, nombrando una por una las estaciones y correspondencias, o que pueden enumerar todos los paraderos de la línea de bus que toman para venir al hospital de día en el que trabajo. A la manera de Rain Man. Es decir, el sujeto autista produce una especie de cascada de significantes, de S2, sin que haya un S1 para dar coherencia y orientación a esta verborrea, a esta lluvia de significantes no-articulados por un significante-amo. Se trata entonces de una carencia enunciativa, en el sentido que el sujeto se encuentra en la incapacidad de asumir una posición de enunciación a partir de un S1, significante-amo que vendría a ordenar toda esa cascada de S2.
Jean-Claude Maleval sostiene la tesis según la cual « La posición del sujeto autista parece caracterizarse por no querer ceder en relación al goce vocal. Por lo tanto, la incorporación del Otro del lenguaje no se opera; el autista no sitúa su voz en el vacío del Otro, lo que le permitiría inscribirse bajo el significante unario de la identificación primordial ». La retención del objeto del goce vocal suscita la primacía del signo en la lengua funcional del autista, así como una carencia enunciativa, muda o verborreica. Las consecuencias del rechazo de ceder en relación al goce vocal son capitales para la estructuración del sujeto autista. De ello resulta un rechazo del llamado al Otro, que no permite que se opere plenamente la alienación en el significante. Desde esta perspectiva entonces, el autismo se caracterizaría por una falla a nivel de la operación de alienación.
Sin embargo, ello no significa que el autista está fuera-del-lenguaje —hors-langage—; el autista es un sujeto fuera-de-discurso pero no fuera-del-lenguaje. La alienación en el Otro del lenguaje, y su correlativa separación, producen una extracción, una cesión del objeto del goce primordial, permitiendo su localización fuera-del-cuerpo —hors-corps—. La voz es un objeto pulsional que presenta la especificidad de comandar la identificación primordial, de manera que el rechazo de ceder el goce vocal interfiere con la inscripción del sujeto en el campo del Otro. Es, en efecto, en el significante de la identificación primordial —el S1— que viene a fijarse el goce. Es el significante por el cual el sujeto se hará representar ante los otros significantes —los S2—, que funda la enunciación permitiendo al goce del sujeto conectarse con la cadena significante. En ausencia de la identificación primordial al S1, el goce no logra conectársele, deslocalizándose. El rechazo radical de ceder con respecto al goce vocal atenta contra la inscripción del sujeto en el campo del Otro. Siguiendo a Jacques-Alain Miller, « lo que me une al otro, es la voz en el campo del Otro ». Cuando este anudamiento no se produce, el significante no logra cifrar el goce, de manera que el significante unario, que representa al sujeto respecto de los otros significantes, no entra en función.
Si bien el autista es un sujeto para el cual la mutación de lo real en el significante no ha sido plenamente operada, si bien rechaza la pérdida inherente a la alienación y la separación, no es, subrayémoslo, un sujeto fuera-del-lenguaje. Lacan señala, a propósito del caso Dick de Melanie Klein, que no debemos confundir lenguaje y palabra: « este niño es, hasta cierto punto, amo del lenguaje, pero no habla », lo mantiene bajo control con su rechazo de comprometer su palabra.
Cuando la voz es regulada por la castración simbólica, se corta entonces de su soporte —el cuerpo— y deviene afónica, se aloja en el vacío del Otro y permite al sujeto ubicar ahí su enunciación. Ahora bien, esto es lo que no ocurre en el caso del sujeto autista: la voz se presenta entonces como un objeto de goce inquietante y desconcertante. Constatamos pues el rechazo del autista a movilizar el goce vocal para servir a la expresión oral. Sin embargo, como veíamos anteriormente, ciertos autistas hablan, ya sea en forma de ecolalias o de verbalizaciones extraídas de un repertorio memorizado, caracterizadas por el fenómeno de la inversión pronominal, sin dirigirse a un interlocutor y con un tono de voz artificial: en todos estos casos las palabras son más bien emitidas que habladas. De manera constante, nos encontramos ante la dificultad del sujeto autista de asumir una posición de enunciador.
Para aquellos sujetos que llamamos autistas, la dificultad central se situaría entonces en la enunciación, cuyo soporte fundamental es la voz. Esto se traduce por un rechazo de la enunciación del Otro, así como por una imposibilidad de tomar la palabra de manera tal que, o bien esta se encuentra totalmente inhibida, o bien, cuando se presenta, lo hace con graves limitaciones. El goce del sujeto, al no investirse en la palabra —goce desregulado y sin ley— retorna en un borde, estructura para cuya construcción el sujeto despliega un esfuerzo constante. Dicho borde, además de separar al sujeto del Otro y marcar su relación con los objetos, lo mantiene fuera-de-discurso según una modalidad específica. Esta constelación de rasgos toma en cada caso una forma sintomática singular. Ello determina las condiciones de todo tratamiento que restituya al sujeto la posibilidad de tomar la palabra. Entonces, y solo entonces, una regulación efectiva del goce deviene posible, así como el establecimiento de algo que pueda suplir el lazo social.
La noción de retorno del goce en un borde en el autismo, por otra parte, nos permite establecer el diagnóstico diferencial con respecto a la psicosis. La cuestión del retorno del goce había sido introducida en los años ochenta por Jacques-Alain Miller, quien había propuesto reconsiderar los aportes de Lacan ya no ordenando la clínica de las psicosis exclusivamente a partir de la forclusión, sino que sistematizando la problemática del objeto. Como veíamos anteriormente, en el Seminario XI Lacan da una nueva presentación del niño como sujeto, poniendo el acento no tanto sobre la vertiente de la alienación al Otro, sino sobre la de la separación como causación del sujeto por el objeto a. Este seminario conduce pues a una nueva concepción de la psicosis, ya no en relación a la forclusión, sino a la holofrase del S1 y del objeto en el bolsillo para el psicótico. Así como Lacan se refería a los fenómenos de retorno en lo real —lo que está forcluído en el simbólico retorna en el real—, Jacques-Alain Miller había propuesto reordenar su enseñanza sistematizando las modalidades específicas del retorno del goce en las psicosis: retorno del goce en el lugar del Otro en la paranoia y retorno del goce generalizado a nivel del cuerpo en la esquizofrenia. Durante las Jornadas sobre el autismo realizadas en Toulouse, Eric Laurent completaba la serie propuesta por Miller avanzando que, en el caso del autismo, el goce retorna en lo que hace borde.
Es pues a Eric Laurent a quien debemos la proposición según la cual hay retorno del goce en un borde, distinguiendo así los retornos del goce correlativos a las psicosis: en el Otro para el paranoico y en el propio cuerpo para el esquizofrénico. De ahí la idea de una modalidad de retorno del goce específica del autismo: en un borde. La hipótesis de este retorno, de esta presencia opaca del goce en este curioso límite, encuentra su correlato clínico en la fenomenología del autismo infantil precoz, como lo veíamos en el caso de Marie-Françoise. En la clínica del autismo es frecuente la observación de "comportamientos de frontera", según la expresión de Bettelheim: el niño autista permanece pegado a los muros, vacila ante el umbral de una puerta sin decidirse a avanzar o retroceder, se embadurna el rostro alrededor de ojos y labios, etcétera. Numerosas son, pues, las observaciones relativas a bordes, fronteras y umbrales.
El borde permite al sujeto autista circunscribir, localizar el goce, encontrando en él su dinámica. Los objetos construidos en el borde son de suma importancia para el sujeto autista; así pues, la supresión forzada de esta protección puede tener consecuencias nefastas. Se trata más bien de aprovechar estas construcciones para desarrollar, por ejemplo, lo que se denomina islotes de competencias. Por otro lado, cuando el sujeto autista se encuentra en la imposibilidad de situar su goce en un borde, este retorna en el cuerpo. Cuando es una parte del cuerpo la que cumple la función de objeto y de frontera, se hace extremadamente difícil distinguir entre un cuadro esquizofrénico y un cuadro autístico.
El doctor Lacan no habló mucho acerca del autismo. Una de las pocas indicaciones al respecto nos ha sido dada en la célebre Conferencia de Ginebra sobre el síntoma. Al final de dicha presentación, Lacan responde a alguien que se pregunta cómo hacer con los autistas que no escuchan al Otro. Plantea entonces que los autistas se escuchan ellos mismos, que escuchan muchas cosas, pero que « no escuchan lo que ustedes les dicen en tanto se ocupan de ellos ». Es en la medida que nos ocupamos de ellos que los autistas se encierran en su burbuja, para no escucharnos, tendiendo a volvernos inexistentes.
Lacan nos dice que no debemos ocuparnos de los autistas sino más bien escucharlos, y agrega que hay seguramente algo que decirles.
Entendemos en esta invitación que no debemos "ocuparnos" de ellos en el sentido de una re-educación o un adiestramiento social —piedra angular del tratamiento cognitivo-conductual del autismo—, ni tampoco situarnos en una pasiva posición de espera, sino que más bien debemos asumir una posición activa del lado del decir: tenemos que escucharlos y también tenemos, seguramente, algo que decirles.
Alejandro Olivos
Psicólogo Clínico - Universidad de Chile
Magister y Doctor en Psicoanálisis - Universidad Paris VIII
Las informaciones publicadas por Psicologosonline.cl no sustituyen en ningún caso la relación entre el paciente y su psicólogo. Psicologosonline.cl no hace apología de ningún tratamiento específico, producto comercial o servicio.
¿Quieres seguir leyendo?
¡Muy fácil! Accede gratis a todos los contenidos de nuestra plataforma con artículos escritos por profesionales de la psicología.
Al continuar con Google, aceptas nuestras Condiciones de uso y Política de Protección de Datos
Ya tengo una cuenta. Iniciar sesión.
PUBLICIDAD
PUBLICIDAD
Muy buen artículo. Gracias.
Interesante artículo. Soy maestra de educación de niños con autismo en US. Resulta bastante difícil la aproximación al niño con autismo que se niega a usar la palabra como forma de acercamiento al otro. Pero en la medida que nos adentramos en su vida, en su esencia conociendo sus expresiones como manifestaciones de sus deseos , es ahí donde rompemos esa burbuja y entramos a su mundo.