Por qué mi marido y yo dormimos en habitaciones distintas

"El departamento tiene un baño, cocina equipada y tres habitaciones… así que si él se porta mal, lo puedes mandar a dormir a otro cuarto", dijo el sardónico ejecutivo de la agencia inmobiliaria cuando visitamos por primera vez nuestro hogar actual.

Y sonreímos sólo a modo de cortesía por dos razones: por una parte, porque ya era la tercera o cuarta vez que escuchábamos ese chiste durante nuestra frenética búsqueda de un inmueble decente; y por otra parte, porque nosotros efectivamente dormíamos por separado, aunque no por los motivos que el vendedor señalaba.

No se trata de estar más o menos enojados, o de querernos más o menos. Somos una pareja muy práctica y buscamos comodidad – tanto así que para ahorrarnos presiones sociales, listas de invitados, malos ratos con familiares y gastos ridículos nos casamos sin ceremonia masiva. Incluso no nos dimos el trabajo de contárselo a todo el mundo.

Podrán imaginar entonces que nuestras prioridades no están muy vinculadas a la norma social y, por lo mismo, privilegiamos un buen descanso durante la noche.

¿En qué basamos nuestra decisión?

• Mientras uno tiende a roncar bastante (no yo, él), el otro suele acaparar gran parte de la cama y las mantas.
• Nuestros horarios laborales son bastante incompatibles: yo despierto a las 7:00 am; él a veces entra a trabajar a las 10:00, aunque a veces a las 14:00 horas.
• En las mañanas me encanta revolver mi ropa para improvisar la tenida del día. También tiendo, más por costumbre que por gusto, a dar varias vueltas por la casa antes de salir, con tal de tener todo lo que necesito en mi bolso. ¿Imaginan tener que soportar ese ajetreo dos, tres o cuatro horas antes de tener que despertar?

Al comienzo, debo reconocer, me parecía algo raro. Una de esas contradicciones generadas al deber ser: "duermo mejor estando sola en la cama, pero me parece raro vivir la relación así, no debería, lo normal es que marido y mujer compartan lecho; ¿necesitaremos terapia de pareja?".

En ese momento, justo cuando me escuché diciendo (mentalmente) la parte de "marido y mujer" y "lecho", me petrifiqué. ¿En quién me estaba convirtiendo?, ¿debo rendir cuentas a alguien más sobre mi comportamiento en la cama? O peor: si los dos integrantes de la pareja nos sentimos más cómodos de una manera y no causamos daño alguno (todo lo contrario), ¿de qué sirve el "qué dirán"?

Llegué a la conclusión de que se trataba de un prejuicio formado por tradiciones familiares y culturales, la dictadura de lo políticamente correcto y tal vez la influencia de una educación católica durante 8 años.

Además, hice una rápida investigación online y me enteré de que no estamos solos en esto: en Estados Unidos un 26% de las parejas reconoció dormir mejor cuando están solos en la cama, según un informe del Better Sleep Council.

"Nuestra encuesta claramente demuestra que las parejas habitualmente enfrentan obstáculos para lograr un mejor dormir, y eso puede añadir estrés a la relación (…) Estar cerca de la persona que amas puede generar salud y felicidad, pero no si esto afecta tus horas de sueño".

Sin embargo, estoy segura que usted –como buen lector crítico—se estará preguntando qué pasa con la intimidad, en qué minuto nos acurrucamos, tenemos sexo y sentimos al otro mientras se encuentra en ese vulnerable estado de sopor. O quizás le atormenta pensar que mi marido y yo no gozamos de ese cinematográfico momento de dormirnos abrazados o de despertar acaramelados.

No se asuste: lo usual es que hagamos trampa los fines de semana y durmamos juntos, ya que los horarios son más compatibles, las responsabilidades son mínimas y las ganas de disfrutar como pololos adolescentes aumenta. En cuanto a la intimidad, nunca está demás recalcar que la actividad sexual (y amorosa) no necesariamente está circunscrita al dormitorio ni al ámbito nocturno.

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